CAPITULO 1. LOS GUARDIANES DE MARÍA
El hombre puede creer en lo imposible. Pero no creerá en lo
improbable.
Oscar Wilde.
Dramaturgo y
novelista Irlandés (1854-1900)
Madrugada.
9 de diciembre del año 1370
El mar estaba agitado, haciendo
que las olas bramaran en tormentoso vaivén en su constante lucha contra el
viento de Levante.
La Luna pálida, iluminaba la
costa con una tenue luz, la cual devolvía luminosas figuras fantasmagóricas.
El
jinete cabalgaba despacio haciendo que la húmeda arena de la playa amortiguara
el sonido de los cascos de su montura. Un soplo de aire hizo que el fuego de la
antorcha, que llevaba en la mano, pareciera que bailara para él, regalándole
con viva luz un incesante chisporroteo, haciendo aparecer y desaparecer
grotescas siluetas en la arena.
“El
frío es inusual”, pensó. Mientras, el caballo, se agitaba dejando escapar un
fuerte relincho caracoleando nerviosamente. Sin vacilar, como jinete
experimentado, tiró con energía de las riendas. El bruto dejó escapar unas
bocanadas de aire por su hocico como respuesta. El jinete acostumbrado a la
oscuridad, se esforzó a penetrar aún más en ella inclinándose hacia adelante en
su montura, como si así, pudiera escrutar mejor dentro de ella. A unos metros
más allá divisó algo en la orilla, parecía una extraña barca.
Descendió
del caballo e instintivamente posó su mano sobre la espada que lleva en su
cinto. Así, se acercó con suma cautela, pues en su mente aparecieron imágenes
de las incursiones de los bandoleros y piratas que asolaban esa parte de la
costa mediterránea. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, pudo distinguir que
lo que en un principio le pareció una barca no era sino una extraña arca con
una tapa. Acercó la antorcha a ella y vio que en su frente único aparecía una
boquilla o escudo a modo de cerradura, guardándose las aristas con cantoneras
de metal, en forma de dientes de sierra. Bajo el adorno se veía unas líneas con
varios clavos circulares, ocupando la mitad del espacio liso y no dividido, del
frente. En ellas había letras extrañas que componían dos renglones. Sobre la
decoración del frente había un dibujo. Dos discos circulares, rodeados de un
círculo cada uno. En el primero de ellos vio una persona barbuda, que no
representaba ningún signo de autoridad, ante su boca se definía: P.P.
Rozó la tapa con los dedos,
notando la humedad que la oscura madera le entregaba, junto con la sensación
del grabado. Continuó observándola fascinado. Movió la antorcha hasta
encontrarse con un anillo exterior, en el que se distinguían unas letras.
Estaban mal trazadas, pero se podía leer:
ENRIQUE II REZ ISPAIN
Su curiosidad se
multiplicó. “¿Qué tendría que ver el rey de Castilla con la extraña arca?”.
Pero su mirada volvió a dirigirse a un segundo anillo que representaba una cruz
volutada con rayos rectos. El anillo estaba tachonado por tornillos de cabeza
circular.
Se incorporó mirando al cielo.
Las luces del alba comenzaban a despuntar, dejando ver en todo su esplendor la
playa de las Azucenas, en Tamarit. Apagó entonces la antorcha sumergiéndola en
la orilla. No le importó la sensación de frío que le entregó el agua, a causa
de la excitación creciente que lo llevaba a una curiosidad extrema por ver el
contenido de la extraña arca. Se centró
entonces en la cerradura.
Sacó su daga y después de un
rato y no sin esfuerzo se oyó un chasquido.
Devolvió de nuevo la daga a su cinto y se dispuso a levantar la
tapa. Al hacerlo, un gesto de sorpresa
apareció en su rostro. Se santiguó y tapándola de nuevo, con sumo cuidado, se
dirigió con prisas hacia su montura, subiéndose a toda prisa en ella volvió
grupas y espoleando el caballo se dirigió a Illice.
Pero con todo lo acontecido el jinete no se había dado cuenta que una figura le observaba en la penumbra.
FIN CAPITULO 1